martes, 20 de mayo de 2008

¿UN ANGEL?


Desde su pista de aterrizaje miraba a todo lugar con sus grandes ojos, sus alas grises, desplazándose con sus ágiles patitas o volando de un lugar a otro. Algunas veces desaparecía detrás de un barrote de la cama. Lo extraño es que estaba sola, ansiosa de husmear y luego ir a otra zona más apetecible. Siempre caminaba o volaba, para regresar al mismo lugar, donde cada vez su estada era un poco más larga. Creo que oficiaba de “ranger”, inspeccionando con sus vuelos diferentes terrenos.
Pero su verdadera intención, como lo hacen las buenas jugadoras, era acercarse con discreción, cada vez más y más, hasta posarse en los distintos lugares de una cama cubierta por una frazada blanca y limpia que arropaba a un silencioso paciente. Desapareció de mi vista cuando se acercó un médico y un enfermero que quitó la colcha que cubría su piel plagada de viejas escaras y que el galeno observó brevemente. Luego se fueron.
Y nuevamente dando mil vueltas el díptero se posó nuevamente en la baranda y luego en la colcha. No muy lejos otra amiga deseaba descender para juntas merodear. Ahora las dos, a veces, caminaban otras volaban, hasta percatarse que sus aterrizajes y zumbidos no producían ningún gesto o un mínimo movimiento en la faz marchita e inexpresiva del paciente. Al sentirse seguras de que nada les ocurriría iniciaron sus vuelos y caminatas por lugares que en otras condiciones, por lo menos, si es que no huían a tiempo, se hubiesen ganado un manotazo.
Supe, por la enfermera, que el paciente, mi compañero de habitación, había sido operado de la columna y que después al complicarse con úlceras estomacales sangrantes y otras enfermedades lo llevaron, de inmediato, de su casa al hospital. Sus achaques eran tantos y de tal dimensión, que ya era imposible que los médicos lograsen su recuperación; además, por desgracia últimamente sus familiares habían espaciado sus visitas hasta casi abandonarlo. Tal vez deseaban olvidarse de él.
Pero sin importarles estos problemas humanos, los dípteros continuaban caminando sobre la cara quieta del silencioso individuo, seguras de que nada iba a sucederles. Pero aconteció lo que no esperaba. El moribundo comenzó a mover los labios, como si a alguien estuviese dirigiéndose. Lo curioso era que no había nadie en la habitación, sólo yo. Pero no era conmigo, sino indudablemente se dirigía a los dos dípteros; lo notaba por sus casi imperceptibles gestos del paciente, pues las moscas se acercaban a su boca para escuchar su entrecortada y leve voz; imposible de percibir con mis oídos. Sólo observé que con movimientos nerviosos aterrizaban en un mismo lugar. Hasta que desaparecieron.
Al siguiente día, como de costumbre, lo visitaron dos médicos y además tres practicantes. Uno de ellos le retiró la frazada que lo cubría dejándolo casi desnudo y de inmediato otro colocó un estetoscopio en su casi esquelético pecho, ubicando el aparto en diversos lugares como buscando algo; luego el practicante miró a sus acompañantes y sin decirles palabra alguna hizo un gesto que anunciaba, como en otros casos, que estaban frente a un cadáver. Y como se estila, le cubrieron casi inmediatamente todo el cuerpo con su colcha, hasta la cara. Luego entre abrieron las ventanas y se fueron comentando sobre el esperado deceso.

No había pasado media hora de esta última visita médica cuando una nutrida nube de moscas zumbó en la habitación revoloteando junto al cadáver y en seguida retiraron la cobija que lo cubría desapareciendo por donde vinieron, hacia el cielo abierto. Estaba asombrado de lo que ocurría cuando al rato una figura luminosa y fulgurante, tal vez un ángel, lo levantó de su lecho para llevarlo hacia el ventanal, transponerlo y perderse en el cielo nublado limeño. Lo cierto es que ahora estaba solo; ya no estaba mi silente compañero. Sólo la frazada que cubrió su cuerpo y la ventana abierta.

Cuando el hospital me dio de alta, vinieron mis familiares a recogerme. Al regresar a mi hogar les conté a ellos lo que sucedió. No le dieron importancia. Pero en mis reflexiones me preguntaba si lo que vi fue un sueño, una alucinación, o si el ángel que vi, ocultó su presencia disfrazándose y multiplicándose en humildes moscas, transformándose en ángel cuando fue necesario. Casi podría afirmar que fue un ángel quien llevó a mi eventual compañero, pues mis ojos y mi mente vieron con mucha claridad lo que relato. Sin embargo los cuerdos dicen que todo es fruto de las inyecciones que los médicos me administraron.

Dic-1995 // nov-2006.

LAS PEPITAS


Cuando eran pequeñitos sus madres los alimentaban y cuidaban con mucho esmero. Ya más grandes se introducían con sus padres en la selva virgen para aprender a cazar animales o arrancar frutos, yerbas o lo que era comible. Después estos hermanos enseñaron a los siguientes a cazar sabrosos animales para asarlos, acompañándolos con vegetales y frutos. La madre siempre atenta les proporcionaba agua fresca y limpia para beber o bañarse en ríos y lagunas. Pero a Pachamama no le preocupaba quienes eran los padres, las madres, los hermanos o hermanas; su deseo era que cada vez, todos ellos, sean mejores.
Ocurrió años mas tarde que Juan, uno de ellos descubrió, en la superficie de la piel de Pachamama, que algo brillaba intensamente. Curioso se acercó estupefacto a ver unas hermosas y relucientes pepitas de color amarillo metálico brillante que fulguraban con la luz del Sol.
Sorprendido por el hallazgo cogió varias preguntándose ¿qué hacer con ellas? Tal vez podría..., podría..., pero nada se le ocurrió. Sólo después de mucho meditar decidió que con todas ellas construiría un hermoso collar, no como el que ya tenía, de semillas, sino ahora lo haría con esos brillantes y pequeños objetos.
Muchos días pasó confeccionándolo. Las martilló con una piedra días y días. Y las ató. Cuando estuvo satisfecho, quitó de su cuello el viejo collar que le había regalado su padre reemplazándolo por el nuevo. En su pecho fuerte y musculoso, el collar lucía soberbio.
Deseaba ahora distraerse caminando entre árboles, flores y por los campos repletos de vegetales maduros que sembró con sus hermanos. Pero también quería sorprenderlos con su adorno y contarles cómo encontró las bolitas del collar que relucían en su pecho.
No tardó en verlos a lo lejos, y ya cerca de ellos vieron que Juan llevaba el reluciente ornamento. De inmediato le inquirieron dónde había obtenido tan lujosa joya. Y Juan no tuvo más que contarles en detalle cómo fue su casual hallazgo y cómo lo hizo.
Deseosos de lograr algo similar. Seguros de que también podrían encontrar pepitas parecidas en Pachamama, fueron corriendo en tropel a donde ella, para rebuscarla en diferentes sitios y hallar las misteriosas pepitas ansiadas.
Unos las hallaron, pero otros no encontraban nada, a pesar de sus minuciosas revisiones a que la sometieron. Era pues una revelación saber que bajo su piel pudiesen encontrar tan brillantes objetos.
El tiempo pasó, hasta que le sobrevino a alguien la maléfica idea no sólo de tomar las pepitas que encontraba en la piel de Pachamama sino que también introduciéndose hasta sus entrañas debajo de su terrosa y rocosa piel se hallaba no solo pepitas sino betas. Y este alguien era Pedro quien al poseer tantas pepitas había logrado que quienes no tenían su suerte, se las comprasen; venta que le proporcionaba cada día más poder. Muchísimos años, tal vez siglos después, se inventó el dinero y propagaban la imagen de que encontrando más pepitas de este brillante y amarillo metal proporcionaba mucho poder y lujo. Y que quienes las poseían estaban muy satisfechos, no sólo de estas sino también por las piedritas transparentes y de colores bonitos, y hasta por un líquido negro o gaseoso que sacaban de las profundidades de Pachamama. Y todo lo que extraían de ella les proporcionaba más y más dinero y poder. Su felicidad era tan inmensa que cada vez que encontraban un nuevo lugar de Pachamama donde extraer estas ansiadas pepitas, inflándose de alegría, a pesar de los destrozos que dejaba su nociva actividad. Sin embargo la riqueza, la ambición y el poder los enloqueció tanto que terminaron trastornando sus juicios. Día y noche rebuscaban estos extraviados hijos para extraerles de sus más recónditos lugares lo que ella guardaba muy oculto en sus entrañas. Es así que por poseer Pachamama en sus honduras cosas tan suyas, y a la desmedida ambición de estos extraviados por comerciar con sus preciadas vísceras, Pachamama sufría. Pero también las madres sufrían por no disponer para su prole de agua limpia y cristalina de los ríos, como antes.

La ambición fue tan malsana que comenzaron a enfurecerse las abandonadas con los hijos maléficos y adinerados. Parecía que los maléficos deseaban demostrar al mundo que el tener mas pepitas era el destino de la Humanidad, pero eran pocos los que poseían casi todas pepitas que estaban extrayéndole a Pachamama; pero que ese era el camino debía seguir los humanos. En consecuencia muchas cosas terribles sucedieron entre los maléficos; uno de ellos, Manuel, deseaba ser “dueño” de todo lo que se encontrase en las entrañas de Pachamama, y venderlas muy caro a los que poco o nada tenían. Pero su malsano poder terminó enloqueciéndolo al imaginar ser propietario del planeta y que según él, ésta debía ser la nueva medida.
Por otro lado todavía se encontraba, por suerte, agua clara que las madres administraban en sus quehaceres, pero que no tenía ningún valor para estos desalmados si es que de pepitas se trataba. Estos en la búsqueda de todo lo que podían extraerle a Pachamama destruían lo que encontraban a su paso. Y el abuso y el abandono de estos crueles e inhumanos las hartó tanto a ellas, como a sus belicosos hijos que ya no soportaban más; deseaban terminar con esta perniciosa lacra. Solo albergaban la enérgica aspiración de concluir con sus malsanas ambiciones y con la dictadura del mal que los oprimía, casi hasta la extinción.
El escenario era tan beligerante, belicoso, tan insoportable vivir, que todas las madres se aliaron, tanto las explotadas como las abandonadas, uniéndose a ellas sus marginados hijos, quienes irascibles dijeron al unísono:

“Nos sacudiremos de esta necia lacra destruyéndola”.

Luego la bondadosa, paciente, incomprensible pero temible Pachamama se unió a este coro y veladamente al parecer dijo a quienes la comprendían:

“Soy Pachamama. Todo lo que encontraron o hallaron en mi superficie, y creado por el ser humano, pertenece a los seres vivientes. Pero extraer lo que guardo en mis entrañas siempre terminará en conflicto, hambre, muerte, y aunque parezca que todo es salvable, inacabable y eterno, concluiré, por designio de ustedes, girando desolada e inhabitable en el espacio infinito”.

Lima, 09/08/2007